Porque el cine es magia y sigue siendo la mejor forma de ver una película, el participar no tiene costo extra, solo tendrán que comprar sus entradas, y a la salida si hay cuorum, vamos a cenar y charlar sobre la película y otros temas. Eso sí, sugiero evitar temas de política, religión y fútbol. Dejo mi mail para consultas y avisos de asistencia: elsa.argentina@gmail.com Saludos !

JUEVES 6-4-2023: J' ACCUSE - EL AFFAIRE DREYFUS

DÓNDE: COSMOS UBA - Av.Corrientes 2046 - CABA 

PELÍCULA: J 'accuse - El affaire Dreyfus

FUNCIÓN: jueves 6 de abril a las 19.00 hs

ENCUENTRO: en el 1er.piso a las 18.45 hs

ENTRADA: $ 200 // JUBILADOS $ 140




TITULO ORIGINAL: J'accuse 

AÑO: 2019

PAÍS: Francia 

GÉNERO: Drama. Intriga | Biográfico. Histórico. Siglo XIX. Ejército. Años 1900 (circa)

DURACIÓN:126 min.

SINOPSIS: En 1894, el capitán francés Alfred Dreyfus, un joven oficial judío, es acusado de traición por espiar para Alemania y condenado a cadena perpetua en la Isla del Diablo, en la Guayana Francesa. Entre los testigos que hicieron posible esta humillación se encuentra el coronel Georges Picquart, encargado de liderar la unidad de contrainteligencia que descubrió al espía. Pero cuando Picquart se entera de que se siguen pasando secretos militares a los alemanes, se adentrará en un peligroso laberinto de mentiras y corrupción, poniendo en peligro su honor y su vida. (FILMAFFINITY)

REPARTO:  Jean Dujardin, Louis Garrel, Emmanuelle Seigner, Grégory Gadebois, Hervé Pierre, Wladimir Yordanoff, Didier Sandre, Melvil Poupaud, Mathieu Amalric, Laurent Stocker, Eric Ruf, Vincent Pérez, Michel Vuillermoz, Vincent Grass, Damien Bonnard, Denis Podalydès, Raphaël Caraty, Clément Jacqmin, Pierre Léon Luneau, Michèle Clément, Yohan Renier, Romain Lehnhoff, Luca Barbareschi. Cameo: Roman Polanski

DIRECCIÓN: Roman Polanski

GUIÓN: Roman Polanski, Robert Harris. Novela: Robert Harris

MÚSICA: Alexandre Desplat

FOTOGRAFÍA: Pawel Edelman

COMPAÑÍAS: Coproducción Francia-Italia; Gaumont, Légende Films, Canal+, Eliseo Cinema, France 2 Cinema, France 3 Cinéma, RAI Cinema


PREMIOS

2019: Festival de Venecia: Gran Premio del Jurado y Premio FIPRESCI

2019: 3 Premios César: Mejor director, guion adaptado y vestuario. 12 nominaciones

2019: Premios del Cine Europeo: Nominada a mejor film, director, guion y actor

2019: Premios David di Donatello: Nominada a mejor film extranjero

2020: Premios Goya: Nominada a mejor película europea

TRAILER

https://www.youtube.com/watch?v=L6evO2xtm24&t=5s




Estupendo film del director de 88 años Roman Polanski, quer narra este melodrama histórico de manera elegante y fluída. 

Mi puntaje 9



3 comentarios:

  1. OPINIÓN de CARLOS MARAÑÓN para CINEMANÍA:
    Hasta que Roman Polanski decidió adaptar la novela An Officer and a Spy de Robert Harris (del que ya adaptó El escritor), la mejor película sobre la impronta del caso Dreyfus en la conciencia colectiva de Francia no decía una sola palabra sobre el capitán judío y alsaciano condenado injustamente por alta traición en 1894. El filme Yo acuso de Abel Gance en 1919 (dirigió otra versión en 1938) solo apelaba a esa cicatriz judicial señalada por Émile Zola en su mítico artículo para denunciar el hedor bélico en la Europa que salía de la I GM. Curiosamente, el largometraje número 22 del cineasta de origen polaco (J’accuse también en su título original) no pone a Alfred Dreyfus en primera línea de acción.
    A partir del libro de Harris, el filme se centra en la figura del coronel Picquart, que descubrió la burda manipulación de las pruebas contra Dreyfus. Polanski convierte lo que en pantalla siempre había sido la narración de un juicio (Yo acuso, 1958) o un suceso heroico de biopic (La vida de Émile Zola, 1938) en una intriga narrada con la pausa que pide una trama ambientada en el siglo XIX y el poso de una página de la historia convertida en lección de ética. Es fácil caer en la trampa de divagar sobre si Polanski construye paralelismos con su propia experiencia, pero es más reconfortante disfrutar de la obra mayúscula de un cineasta de 86 años que vuelve a enfrentarse a las formas de angustia del ser humano como vívida entelequia. Porque El oficial y el espía es una película histórica. En todas sus acepciones. No es un tema cualquiera en la historia del cine: hasta Méliès recreó el juicio. Desde los pioneros, es la primera adaptación del caso para el cine en la propia Francia, también es la primera gran película sobre el affaire Dreyfus del siglo XXI (tras la revolución digital en medios y opinión pública) y, finalmente, es una imponente recreación de un momento clave de la historia.
    La ambivalencia del caso Dreyfus como una de las cotas universales de la infamia y, a su vez, como uno de los momentos en los que un ideal logró concienciar de la necesidad de cambio se plasma en la figura de Picquart, poco amigo de los judíos él mismo, pero dispuesto a salvar la verdad. Jean Dujardin, lejos de las irresistibles (y facilonas) muecas que le han aupado al estrellato, deja de lado el arma del carisma para volcarse en una interpretación más humana, ajustadísima al aplomo marcial. Frente a él, el olor a cerrado de las estancias del ejército, que respiran el mismo apolillamiento y la misma fatuidad que Kubrick retrató en Senderos de gloria.
    Soberbia, la escena inicial de degradación oscila entre la grandeur y las miserias militares: para recrear este fin de siglo castrense, el director tira de la estampa de un tiempo muerto en vida, que tiene que pasar definitivamente, en un ejercicio cuasi pictórico. Imágenes que remiten al naturalismo (Courbet, Corot o, como mucho, el preimpresionismo de Manet), un aire asfixiante y demodé, cuando ya los impresionistas se habían liberado de un yugo estético que en el filme se mezcla con el retraso moral. Solo son diferentes, como pesadillas, las imágenes de la condena en isla del Diablo. Polanski trae a la superficie expresamente el antisemitismo, doliente, pero disfruta relamiéndose con la investigación detectivesca de Picquart. Con la minuciosidad de un orfebre relata sus pasos y encuentra un suspense adictivo, modernizando definitivamente un proceso universal. El caso Dreyfus ya tiene su clásico en el cine. La sentencia es inapelable y genera jurisprudencia.

    Valoración: **** sobre 5

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  2. Crítica por Román Keszler (para La Tecl@ Eñe)
    Basta el nombre propio en los umbrales del film y, pocos segundos después, el semblante tembloroso del militar degradado; el vaho frío que sale de su boca mientras parten la espada; los símbolos arrancados del uniforme como una amputación sádica; todo el dramatismo y la terrible belleza del escarnio público del Capitán Dreyfus. Con sólo dos elementos que en seguida empiezan a formar una serie de paralelismos, J’accuse, el nuevo retorno de Roman Polanski, lleva a una zona incierta entre el cine y la vida. Desde que ese apellido célebre dejó de ser sólo el dato autoral que legitima un discurso y pasó a significar también la referencia de un escándalo –que incluye una condena por estupro y numerosas acusaciones públicas por abuso sexual– la controversia creció alrededor de la pregunta inagotable por las relaciones entre el autor y la obra. Con la decisión de traer al presente la historia del militar francés de origen judío injustamente degradado por el antisemitismo de la III República, Polanski elige prescindir del amparo que podía encontrar en la autonomía del texto, y va más allá. Consciente de las evocaciones que su nombre propio produce, el auteur explota las resonancias que recorren dos tramas separadas por más de un siglo: aquella zona de su biografía donde esa figura pública de cineasta franco-polaco de raíces judías recibe una sanción judicial y una social, por un lado y, por otro, la acusación fraudulenta por espionaje que humilló a Dreyfus y dividió a la sociedad francesa de fines del siglo XIX y comienzos del XX. El director de El bebé de Rosemary incita continuidades, estimula semejanzas y lejanos o cercanos parecidos, promueve entrecruzamientos –Polanski se inscribe también aquí con un fugaz cameo en la materialidad de su película–. Y lo hace con la forma y la mirada de una narrativa clásica, un revisionismo crítico y una estética de la decadencia. Si la cámara busca un punto de vista donde los hechos asomen desde la imparcialidad de lo neutro, revelando a Dreyfus como víctima de un entramado de intereses políticos y prejuicios racistas, el deterioro y la disfuncionalidad edilicia de las sedes institucionales y de sus funcionarios, componen una figuración cáustica, que denuncia el desinterés de la sociedad francesa finisecular por la verdad y la muestra posesa por esa otredad omnipresente en la cinematografía polanskiana: el Mal en la diversa vastedad de sus rostros, gruñendo, soltando baba y mostrando los dientes. Dreyfus encadenado a su cama en el cruel y solitario confinamiento del fin del mundo en la Isla del Diablo; Dreyfus insultado por una multitud enardecida hasta la sinrazón y escupido en las escaleras que lo llevan a un tribunal amañado; Dreyfus convertido en traidor y estigmatizado sin medida ni límite por testimonios falsos y pruebas engañosas.
    Delante de esa sucesión dramática y visual, que produce incómodos ecos entre la ficción y la no-ficción, el espectador se descubre como un protagonista perplejo y sorprendido de un juego de equivalencias que tiende a resignificar las historias enhebradas: la tragedia Dreyfus, la controversia Polanski. La mirada retrospectiva que J’accuse dirije hacia un hito de la historia de Francia revierte, entonces, exculpatoriamente sobre la discutida figura de Polanski. Como un filtro visual de la era digital, el Dreyfus de Polanski muestra una imagen mejorada del cineasta, del ciudadano franco-polaco, del hombre que porta el nombre propio en cuestión… del autor.
    En una hora donde los discursos de odio se multiplican, Polanski parece buscar para su pieza más reciente el lugar victimizante de una enunciación colectiva: la de una minoría que grite la exoneración del “artista maldito”, incluyéndolo en siglos de sufrimiento y persecución.
    Pero el “mecanismo Polanski” necesita una recepción obediente para lidiar con estas tensiones entre ética y estética… Y –podemos celebrarlo– siempre habrá espectadores para una audiovisión “a contrapelo”.

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  3. OPINIÓN de LUCIANO MONTEAGUDO para PÁGINA12 // 5 de enero de 1895. En el majestuoso patio de armas de la Escuela Militar, en París, con la Torre Eiffel de fondo, el capitán de artillería Alfred Dreyfus es degradado públicamente, no sólo delante de soldados y oficiales sino también frente a una masa ciega que lo insulta desde detrás de las rejas, como si fueran asistentes del circo romano sedientos de sangre. Condenado por un tribunal militar que lo encontró –“en nombre del pueblo francés”- culpable de alta traición, el hombre grita su inocencia, pero nadie lo escucha. Le arrancan todos los atributos de su uniforme, como si lo desnudaran. Un oficial sigue en detalle esa ceremonia de humillación con binoculares y les comenta fríamente a sus camaradas de armas: “Luce como un sastre judío llorando por el oro perdido”. El prólogo de la película más reciente de Roman Polanski –ganadora del Gran Premio del Jurado en la Mostra de Venecia 2019, en la misma edición que consagró al Joker protagonizado por Joaquin Phoenix- plantea sus temas de manera ejemplar, con gran síntesis y elocuencia. El terrible peso de las instituciones sobre un hombre empequeñecido e inerme se hace sentir en esos agobiantes planos generales. De la misma manera, queda en claro el prejuicio que lo arrastró a ese ritual de escarnio: el antisemitismo. A partir de allí, Polanski y su guionista Robert Harris toman una sabia decisión narrativa: Dreyfus (Louis Garrel), enviado ipso facto a la prisión de aislamiento de Isla del Diablo, para evitar que siga exclamando su verdad, pasa a ser apenas una sombra, en un perturbador fuera de campo. El protagonista en cambio será el coronel Picquart (Jean Dujardin), el mismo que hace ese odioso comentario racista y que –paradójicamente- será el encargado de reabrir y profundizar la investigación que terminará, escándalo político y social mediante, con la rehabilitación de Dreyfus, once años después. Polanski –con 88 años recién cumplidos- narra de una manera clásica, elegante y fluida, en particular durante la primera mitad de las más de dos horas de duración de la película. Con Picquart nombrado sorpresivamente, incluso para él mismo, a cargo del Servicio de Inteligencia militar, su investigación da pie a una sostenida intriga policial, donde el antihéroe va descubriendo paulatinamente –por un sentido de deber profesional antes que por su sed de justicia- la iniquidad cometida contra Dreyfus en nombre la razón de Estado. Todo a su paso expresa la putrefacción que anida en el cuerpo del Ejército, desde la sórdida dependencia donde se fraguó la injusticia y que ahora él ocupa, hasta las pústulas que corroen la piel de su antecesor en el cargo, corroído por la sífilis. Y en la sociedad, poco y nada hay de la despreocupación y galantería de la supuesta Belle Epoque, salvo la nostalgia de algún “Déjeuner sur l'herbe”, al modo idealizado de Claude Monet. Con una historia real plagada de juicios y apelaciones, era difícil sin embargo que J’accuse –aun evitando el proceso inicial- pudiera abstraerse de caer en el consabido drama legal, que a grandes rasgos ocupa una parte importante de la segunda mitad del film. Es allí cuando la investigación policial se vuelve intriga palaciega y donde el sólido clasicismo inicial -que remite al modelo de novela decimonónica que Polanski tan bien supo traducir en su versión de Tess (1979)- se vuelve un poco demasiado académico. Esto sucede, en parte, por los subrayados excesivos de la música de Alexandre Desplat y otro tanto por el despliegue de histrionismo de un elenco impecable, pero que asimismo carga con el peso de contar con ocho miembros “de la Comédie-Française”, como figuran mencionados en los créditos, a la manera del viejo “cinéma de qualité” francés que Polanski siempre defendió frente a la irrupción parricida de la “nouvelle vague”.
    Sí hay una clara vinculación de J’accuse con la obra previa de Polanski y está en la creciente paranoia que se va apoderando del coronel Picquart. Y en el hecho de que los paranoicos suelen tener razón. Las conspiraciones existen.

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