Porque el cine es magia y sigue siendo la mejor forma de ver una película, el participar no tiene costo extra, solo tendrán que comprar sus entradas, y a la salida si hay cuorum, vamos a cenar y charlar sobre la película y otros temas. Eso sí, sugiero evitar temas de política, religión y fútbol. Dejo mi mail para consultas y avisos de asistencia: elsa.argentina@gmail.com Saludos !

Viernes 7 de marzo; " LA GRANDE BELLEZZA "...en Belgrano !


Película propuesta para el próximo día Viernes 07/03/2014
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" La Grande Bellezza "

COMEDIA DRAMÁTICA, 2h. 22 min. CALIFICACIÓN: MUY BUENA

SALA de CINE: CINEMACITY GENERAL PAZ - AV. CABILDO 2702 -

Horario de la película: 20.10 hs.

Lugar y hora de encuentro previo: EN LA ESQUINA DEL CINE FRENTE A LA BOLETERÍA---> AV. CABILDO y PEDRO I. RIVERA, ENTRE LAS 19.30 Y 19.45 PARA COMPRAR ENTRADAS 2X1.

Hay promociones 2 x 1: TRAÉ TU TARJETA LA NACIÓN 2x1, o ENVIÁ a CUPONSTAR un SMS al 70709 con el nombre del cine y presentá el código recibido en la boletería.

En el postcine si hay quorum podemos ir a cenar por la zona ( ACTIVIDAD OPCIONAL )

¡ LOS ESPERO !





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Por pedido especial de Rossi L. incluimos la reseña de Paula Vázquez Prieto acerca del película “La gran belleza”
(publicada en Suplemento RADAR el 23 de Febrero) MUCHAS GRACIAS ROSSANA Y SANTIAGO POR COMPARTIR ESTA OPINIÓN DE PAULA CON LOS ESPECTADORES !

SIEMPRE NOS QUEDARÁ ROMA
Por Paula Vázquez Prieto

La nueva película de Paolo Sorrentino, La grande bellezza, nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera y gran favorita de la crítica, es una suerte de homenaje del director napolitano a la obra de Fellini, especialmente a La dolce vita. Rodada en Roma, protagonizada por un escritor flâneur, mordaz y cínico –el genial Toni Servillo–, es una mirada sobre el momento crítico que atraviesa la realidad europea y también una historia de Italia y su cine, sus sueños de grandeza y su presente de desencanto.



Paolo Sorrentino, algo más que una de las grandes promesas del cine italiano actual, ensaya con clara conciencia de sus deudas con el pasado, sobre todo con la obra del mítico Federico Fellini, una película tan ambiciosa como inusual sobre un mundo en decadencia, casi apocalíptico, que nada tiene que ver con la ciencia ficción, ni las catástrofes, sino que define en su forma eléctrica y estridente el momento crítico que atraviesa la realidad europea. Su alter ego es Jep Gambardella (interpretado por el genial Toni Servillo), un escritor y periodista del jet set romano que hace gala de un cinismo y un desencanto tan letales como el de Marcello Mastroianni en La dolce vita, lúcido en su creciente amargura y no por ello menos incómodo como clara nota disonante en un universo homogeneizado por la chatura y la frivolidad. En plena nocturnidad, donde las luces febriles de una discoteca circundan a una masa humana indefinida que se mueve al son del ritmo electrónico, de tragos efervescentes y cigarrillos humeantes, en ese delirio tan absurdo como placentero, Jep rasga la aparente pasividad de su entorno para introducirnos en un itinerario ecléctico y abigarrado por una ciudad llena de recuerdos y decepciones, de olvidos y socorros. “Ya es hora de que recuperemos nuestra energía. Estamos debilitados a causa de las circunstancias actuales y creo que el cine puede cumplir un papel para ayudarnos a despertar”, reflexionaba el director napolitano en la presentación de su película en el último Festival de Cannes.



La grande bellezza –sensación crítica en Europa y nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera, con amplias posibilidades de llevarse el premio– es el regreso a la primera plana de Sorrentino, luego de la celebrada Il divo (2009), sobre la vida política de Giulio Andreotti, sus escándalos y su rol como líder en la democracia italiana de la posguerra. Aquella historia de traiciones y corrupción, también deudora del pasado italiano que gravita sobre la obra del director, instaba a una mirada más hermética sobre la política italiana, condensada en esos planos ominosos que anticipaban el estallido de un período signado por el poder y el abuso de sus mecanismos de sostenimiento. Dos años después, luego de algunos cortos y producciones para TV, realizó –fuera de Italia y hablada en inglés– This Must Be the Place, con Sean Penn como un rockero retirado –extraña fusión psicodélica entre el líder de una secta y el cantante de The Cure–, quien, tras la muerte de su padre, un sobreviviente del Holocausto, decide cobrar venganza por aquellas matanzas y perseguir de manera obsesiva y errática a los criminales nazis por las planicies de Estados Unidos. En ella permanecen el colorido y la alternancia convulsa entre tomas circundantes e intempestivos cortes, pero Sorrentino introduce una novedad que arrastra a su última película: esa certeza de que su cámara puede ir a donde él quiera, mientras que la suave luminosidad de los paisajes abiertos transforme ese viaje en un lento proceso de autoconocimiento.



En La grande bellezza regresa al presente italiano, a los espacios conocidos, donde su condición de napolitano y migrante, sumada a su intensa cinefilia, se trasladan a su personaje y se convierten en esenciales para la relación que propone con el entorno. El mundo de Jep Gambardella se fusiona con la historia de Italia en su versión cinematográfica, aquella que se ha cimentado en sus largos años de Cinecittà (el gran estudio creado por Vittorio Mussolini en el final del fascismo, que fue la usina de producción cinematográfica más importante de la Europa de la posguerra), donde se recrearon fábulas y relatos de héroes y villanos. Todo se construye como una metáfora, donde ese sueño de grandeza, de bellezza, que reconoce antecedentes imperiales, se revela con la misma ambigüedad que cargaban los viejos decorados del cine épico: verdaderos e irreales, creadores de una ilusión tan falsa como necesaria. Sorrentino absorbe la forma errática y dispersa de los medios de comunicación modernos, su música sin cuerpo, su festividad destellante, su fragmentación discursiva, para exponer una oda cinematográfica a la pérdida y la desilusión.



“No hay una única persona que haya inspirado el personaje del escritor Jep Gambardella”, contaba al diario español ABC. “Está compuesto por muchos personajes que he conocido a lo largo de mi vida, por ejemplo en Nápoles, la ciudad de donde provenimos tanto Toni Servillo como yo. Allí, ambos conocimos gente de todas clases, gente que vestía con una elegancia casi londinense, capaces de combinar ese estilo con una actitud muy ligera ante la vida.” Considerado un exquisito provocador y resistente a ser considerado el nuevo Fellini, Sorrentino evoca el espíritu de su Nápoles natal, preservando esa distancia que le permite que Roma lo sorprenda y lo fascine al mismo tiempo. En ese sentido, pese a su resistencia, busca hermanarse con el gran Federico, quien también imaginaba una Roma extraña y seductora que impactaba en los ojos del recién llegado desde la periferia. “Si existe la ironía en esta película, se debe seguramente a Nápoles (...). El personaje de Toni Servillo está vinculado con un tipo de napolitano en vías de extinción que sabe conciliar con naturalidad la profundidad y la superficialidad sin ser snob. Es el que antes iba a los cócteles con las estrellas de la televisión y luego se veía con Alberto Moravia.”



Si en el cine de Fellini todo era artificio, aquí Sorrentino lleva esa operación de extrañamiento un paso más allá: despoja a su personaje de todo signo de candidez y misericordia para convertirlo en un agente implacable de una mirada mordaz e intransigente. Es cierto que, por momentos, tenemos la sensación de estar sumergidos en esa misma podredumbre que habita en las aguas del Tíber, casi como un fantasma embriagado de Campari; sin embargo, esa estética videoclipera asfixiante y opresiva es la única herramienta posible que encuentra el director para dar fuerza a su película. Pensada como un pisotón a destiempo para el desprevenido espectador, La grande bellezza quita todo rastro de idealismo para exponer una percepción física, concreta, donde el sexo, la gloria y el respeto se transforman en signos materiales de un agotamiento que necesita hacerse evidente para revertirse.



La capacidad de reinvención de aquel prestigio de la cinematografía italiana que inundó al mundo en el inmediato post-neorrealismo se fusiona en el panorama del cine italiano contemporáneo con una nueva poética visual que también resultó atractiva para el director Mateo Garrone en Reality (estrenada en Buenos Aires el año pasado). Ahora bien, la ambición de Sorrentino excede una lectura inmediata de la realidad mediática tras la hegemonía berlusconiana y se traduce en un anhelo de trascendencia más profundo. Los juegos visuales, los ralentis, la expansiva omnipresencia de la cámara, anuncian una perspectiva más libre, cercana a la idea de profanación. Por ello, Roma parece la ciudad más adecuada, donde conviven los rastros de lo sagrado, de la fundación del mundo cristiano, con la permanente sensación de pecado y festividad que aparece en el baile y en la música.



En esa danza que nos propone Sorrentino, la misma que aparenta disfrutar Gambardella en la celebración de su 65º cumpleaños, luego de años de aridez creativa y prisionero de un presente vacío y estancado, es el desafío definitivo a la lógica del sentido, imponiendo una estructura episódica que se conecta desde el espíritu y la sensibilidad antes que desde el gran relato. Ya no existe la historia unida de principio a fin, sino que ese camino de descubrimiento se torna ajeno a la comodidad de la reflexión solemne y se revela extasiado en sus propios recovecos.



Es que la comodidad nunca es tal en este universo de despliegue infernal, casi a contrapelo de la voluntad de introspección que intenta nuestro antihéroe en sus sucesivas confesiones íntimas. La llegada del marido de un viejo amor de su pasado, una mujer que le recuerda sus años de espíritu revolucionario y voluntad de cambio –explícitamente asociada a las jornadas de Mayo de 1968–, instala un tiempo de meditación condimentado con la hostilidad propia de toda frustración. Frustración que le permite lidiar con declives históricos como el de la Iglesia Católica y el del Partido Comunista, que luchan por no perder su condición de pilares de la vida italiana.



Ese tiempo que pasó, ese amor que no fue, esa revolución que se diluyó con el correr de los años para convertirse en la celebración de la mediocridad y la autoindulgencia, es para Gambardella –como para Sorrentino– el signo más evidente de una generación que intenta acomodarse a los nuevos tiempos. “Lo que me resultó más interesante –señaló en una charla con la revista Film Comment– es poner en escena ese momento en el que un hombre se da cuenta, con sufrimiento y dolor, de que en el pasado hubo un tiempo en el que fue feliz porque el presente y el futuro coincidían, eran la misma cosa. En la edad adulta, el futuro y el presente dejan de coincidir.”



No obstante, la marca visible de un estado de angustia y desazón no es el estallido sino esa conducta del flâneur, como indica Manohla Dargis en su crítica de The New York Times citando a Walter Benjamin. “Jep es el vivo retrato del paseante urbano del siglo XIX”, que encuentra en las calles de Roma ese placer de mirar triunfante a su alrededor, cómodo en su extranjería, susceptible de una violencia muda que expresa su profunda disconformidad. Como el mismo director ha señalado en varias entrevistas, la misma condición de la Unidad Italiana allá por fines del 1800 selló un destino de amalgama en la constitución del país, por lo que la constante presencia de migrantes y extranjeros se ha convertido en la norma. Esa sensación que Jep transmite en su paseo intermitente por el pasado de su vida y sus recuerdos es la misma que habita el cine de Sorrentino, que coquetea con la hermandad de sus antecesores como Ettore Scola, Marco Ferreri o el mismo Fellini, pero que mantiene el equilibrio que le otorga la convicción de ser sólo un visitante.





http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-9521-2014-02-23.html




3 comentarios:

  1. Filme italiano 'La grande bellezza' gana el Óscar a mejor película extranjera - AFP - Hollywood -

    El filme 'La grande bellezza' (La gran belleza) del italiano Paolo Sorrentino, un viaje mágico y a la vez cínico por una Roma de ensueño, obtuvo este domingo en Hollywood el Óscar al mejor filme extranjero.

    La película, galardonada con numerosos premios internacionales, entre ellos un Globo de Oro, resulta un homenaje al gran maestro Federico Fellini, a sus personajes memorables y sobre todo a su musa Roma, la Ciudad Eterna.

    "'Roma' y 'La dolce vita' son películas que uno no puede ignorar cuando hace un filme como el mío. Son dos obras maestras y la regla de oro es verlas, pero no imitarlas", confesó Sorrentino a finales del año pasado.

    El filme, presentado en mayo en el festival de Cannes en Francia, donde obtuvo el premio del jurado, dividió inicialmente a la crítica italiana, escéptica frente al recorrido grandilocuente que propone a través de una ciudad monumental como Roma y de una burguesía tan similar a la retratada en los años 1960 por Fellini.

    Sorrentino, autor del guión junto a Umberto Contarello, describe un verano romano en todo su esplendor y arranca con un emblemático turista japonés que cae fulminado tras descubrir la belleza de la ciudad desde la colina del Janículo.

    Como Marcello Mastroianni en la 'La dolce vita', el magistral actor Toni Servillo, en el papel del frustrado escritor y periodista de "gossip" Jep Gambardella, es un seductor irresistible, adorado por su ingenio y don de gentes, que soporta tanta frivolidad gracias a su amarga lucidez.

    Sus apoteósicas fiestas en su magnífica terraza con vista al Coliseo sirven de pretexto para describir un mundo banal, plagado de intelectuales sarcásticos, nobles decadentes, mujeres deformadas por el botox, políticos corruptos, cardenales obsesionados por la gastronomía, artistas deprimidos y hasta una monja centenaria que se siente santa.

    'La gran belleza', pese a sus 142 minutos, sedujo a espectadores de todo el mundo por la apabullante hermosura de sus imágenes de Roma, con sus jardines, fuentes y monumentos, así como por la música y por la soberbia actuación de Servillo, protagonista por cuarta vez de un filme de Sorrentino.

    Para muchos críticos, el cineasta napolitano, de 43 años, "actualizó" el mensaje y el lenguaje de Fellini, al saber combinar lo artificial con lo barroco, lo sacro con lo profano, inclusive en la banda sonora, con su pegajoso ritmo popular y sus cantatas refinadas.

    "Me siento en deuda con el gran cine italiano, el de (Ettore) Scola, (Marco) Ferreri, (Mario) Monicelli...", admitió el director.

    La vida de ese maduro dandy, con su terror a la vejez, con sus miserias y grandezas, su talento e inteligencia, le valieron nuevamente a Italia un Óscar después de los tres obtenidos en 1999 por Roberto Benigni con 'La vida es bella'.

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  2. Opinión de Talamasca en Filmaffinity.com: El insoportable peso de la vejez, la corrupta pátina que otorga el tiempo, la vida resistiéndose a sucumbir ante la llegada de la decadencia, Peter Pans refugiados en temas de Rafaella Carrá e inyecciones de bótox, desertores del reino de las sombras fingiendo felicidad en decrépitos banquetes, el cinismo, la muerte. La grande bellezza no es sólo un brillante ejercicio formal por parte de su director, el napolitano Paolo Sorrentino, también es un retrato, a veces mordaz, a veces henchido de belleza, de una ciudad y sus gentes, de una Roma que niega su agonía buscando en la gloria de su pasado un antídoto a lo efímero del presente, la Roma del Panteón de Agripa y de la Capilla Sixtina, sí, pero también la Roma de las tetas operadas y de Berlusconi, esa Roma entre dos mundos que se mezclan en la figura de Jep Gambardella (excelente Toni Servillio) cronista, bebedor, atesorador de recuerdos, re dei mondani, con su terraza de fiesta perpetua colgada sobre el Coliseo, toda una metáfora de lo que pretende el film. Un film que quizás por esa necesidad de redención a través de lo artístico construye las imágenes más bellas de Roma nunca vistas en cinta alguna.

    Sorrentino construye su edificio cinematográfico de la misma manera que lo hacía con el de Il divo, biografía fragmentada de ese oscuro personaje (¿acaso alguien no lo es en la política italiana?) llamado Giulio Andreotti, un collage de recuerdos e impresiones que huye del relato lineal, del camino trillado por el biopic al uso. Y es que el cine del director trasalpino parece responder a la lógica misma del proceso mental, al modo en como nos persiguen nuestros recuerdos: es, en definitiva, tan caprichoso y tan poco sometido a la lógica como éste. Habrá pues quien acuse (y de hecho lo hace) a su cine de cierta intermitencia e irregularidad, de ser caótico en su estructura sin tener en cuenta que dicho caos forma parte de la esencia misma de su estilo, que es una elección consciente por parte del autor. Sí, Sorrentino es napolitano y en su cine palpita la vorágine y el desenfreno de la metrópoli del sur.

    Dicho todo esto resulta en parte comprensible que el Jurado de Cannes 2013 se olvidara de mencionar La grande bellezza entre los galardonados, de incluir su nombre en el Palmarés. La del italiano resulta quizás una apuesta demasiado arriesgada en su arrebatadas formas, en su desinterés por la narrativa tradicional. Algo que, por cierto, compartía con otra de las películas que más polémica y opiniones encontradas causó en su paso por el Palais de festivals, la muy radical Only God forgives. Ambas fueron obviadas por otros relatos más convencionales en su sintaxis narrativa (los riesgos de La vie d’Adele van por otros lados) en lo que supuso una decisión coherente por parte de Spielberg y compañía aunque algo conservadora a nuestro entender. Esto nos llevó a plantearnos si debíamos recomendar el film de Sorrentino universalmente aún siendo nuestro favorito de esta edición del Festival, la respuesta es un absoluto sí. Sí porque creemos en el poder de fascinación que emana de sus imágenes, sí porque entendemos que forma y contenido alcanzan una conjunción sobresaliente, sí porque pensamos que muchos de los que nos leen sienten, como nosotros, la necesidad de comulgar con un código visual dotado de un valor propio, sí finalmente porque consideramos la osadía y el riesgo como una virtud universal. No sabemos si en el ilegible mapa de la distribución nacional La grande bellezza tiene su espacio reservado pero por el sagrado enlace de las Mamachicho y Miguel Ángel que vamos a reclamarlo, son ustedes testigos.

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  3. Opinión de Redeker en Filmaffinity: Excelente- Viaje al fin de Roma - 9/12/13

    "Tal vez sea eso lo que buscamos a lo largo de la vida: la mayor pena posible para llegar a ser uno mismo antes de morir". No es esta la cita de apertura de la película, pero es otra muestra del espíritu 'céliniano' que contiene.

    Gep, al igual que Bardamu, ha viajado por entero dentro de sí mismo, y se ha rasgado sus entrañas: ha llegado al 'fin de la noche', de ahí los hombres no regresan.

    140 minutos para que veamos lo que él ha visto.

    La escena de la fiesta inicial recuerda a la de Harmony Korine en 'Spring breakers'. Un muestrario de elegantes monstruos. Suena una canción y todos comienzan a bailar de forma totalmente acompasada, en dos hileras simétricas. Una figura deja la formación y se coloca en medio. 'Yo estaba destinado a la sensibilidad' nos dice, con gesto de desapasionamiento, ajeno al tumulto, incapaz ya de seguir la marcha banal y despreocupada con la que parece moverse el mundo. Aquí hay alguien que se ha cansado de seguir la corriente.

    ¡Roma es una constante fiesta falsa! Personajes rotos, mediocres, engañados, presuntuosos, bobos, de moral raquítica, de hueca incontinencia verbal... todos guarecidos durante el día, recomponiendo sus pedazos con cola, para luego desparramarse y volver a partirse en pedazos en las noches de la ciudad. Dice Gep, señalándoles, '¿sabes por qué no escribo? Ésta es mi realidad. ¿Qué podría escribir sobre esto?'. La noche festiva queda retratada como una terrible agrupación de fantasmas, que corren para reunirse y abandonarse entre esa multitud anónima que les hace olvidar que existen.

    “Las ciudades son libros que leen los pies”, decía Borges. Gep, pues, ya terminó de leer Roma. Su historia clásica y sus petimetres artistas reivindicativos, la Capilla Sixtina y el bótox. Roma acaba siendo como el París de Henry Miller ... 'un lugar por el que todos quieren pasar, pero donde nadie desea quedarse'. La ciudad es un estado de ánimo, el ánimo del que observa. Y se acaba. Se conquista relativamente pronto. Como se intuía de Pessoa en El libro del desasosiego, la ciudad puede ser exótica, estimulante o mágica; pero los ojos que la observan pueden estar ya cansados.

    La monja, una momia desdentada que se mueve con la lentitud de una iguana, de piel de manzana seca y agrietada, es una de las pocas cosas bellas que vemos. Ella 'se ha casado con la pobreza, y la pobreza no se cuenta, se vive'. Su viaje interior es distinto al de Gep. Ella se dirige hacia Cristo, por unas escaleras empinadas, sin hablar, mientras una panda de personajes pusilánimes alaban su virtud como se ojea un bonito escaparate.

    Las aves. Migran; en la medida que pueden, ajenas al hombre. Mientras el ser humano da vueltas en círculo, la naturaleza parece seguir un progreso libre de imposturas. La monja les sopla y éstas vuelan por el cielo de Roma. Están por encima de nosotros.

    ¡Y el amor! Gep recuerda su amor de juventud, su sommaren med Monika. Lo comenta con uno de sus amigos con complejo de Peter Pan, recolector de amores platónicos. Una luna, un mar, una mujer bella... La nostalgia es un refugio, a la vez placentero y doloroso... como dicen a lo largo de la película... ¿quién no podría ser nostálgico, teniendo tan poca fe en el futuro?

    Esta película me ha emocionado profundamente. Hay un aire a resignación que me ha recordado a mi amada 'El fuego fatuo', pero con color. El mundo no es bello, pero es retratado con belleza: si hay algo bueno en la vida, ha de estar por fuerza en el mundo. Sorrentino me ha hablado en esta película de lo difícil que es encontrar la gran belleza en el mundo, y, paradójicamente, me la ha estado mostrando durante 140 minutos.

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